"Su sueño se había hecho realidad y lo que la gente decía era falso y lo que decían las películas era la verdad: merecía la pena; merecía la pena dejarse aprisionar por los brazos auténticos, aunque el abrazo no se repitiera nunca"
E. Morgan Forster.
Me enamoré de James Franco cuando lo vi hacer de novio de
Sean Penn en la inolvidable Harvey Milk. Desde
entonces he seguido su atípica carrera y he ido admirando su capacidad camaleónica,
además de por supuesto su atractivo que va más allá de la desarmante sonrisa
con la que nos seduce desde la pantalla. Si alguna duda me podía quedar del
talento de este singular actor, The
disaster artist me ha confirmado que es un artista total, capaz de hacer
una de las cosas más difíciles en el cine: una buena comedia.
La película que se alzó con la Concha de Oro en el pasado
Festival de San Sebastián, rompiendo así la regla no escrita que parece valorar
menos las comedias en este tipo de certámenes, nos reconcilia con el cine que
trata al espectador como un ser inteligente y al que finalmente le está
hablando de cosas importantes bajo la apariencia liviana que otorgan las risas.
La odisea de Tommy Wiseau para rodar la que es considerada una de las peores
películas de la historia, The Room,
pero con el tiempo ha acabado siendo una cinta de culto, se ha convertido en
manos del artista Franco en una de las producciones más hilarantes de los
últimos tiempos. Más allá de lo que una historia como ésta nos plantea en torno
a qué es una buena o mala película, y sobre lo que nunca cerraríamos el debate
abierto entre críticos y espectadores, lo que finalmente nos está contando el
actor que en su día hizo de Allan Ginsberg es una emocionante historia de
amistad y de cómo el cine, en la pantalla o fuera de ella, se convierte en un
vehículo para crear afectos y complicidades.
Con su interpretación intensa pero también muy tierna, lo que
James Franco nos está mostrando es cómo Wiseau no es sino un hombre solitario,
soñador, una rareza en un mundo de normalidades (normatividades) y que necesita
construirse su propio planeta. Un planeta en el que efectivamente se respira el
oxígeno que otorga la gran pantalla. Es inevitable que acabemos queriendo y hasta comprendiendo al loco director, y que
nos sintamos como el amigo fiel, Greg Stero (Dave Franco), incapaz de dejarlo
solo en la búsqueda de su sueño. Y es inevitable porque Franco nos lo presenta
como un ser adorablemente frágil con el que por tanto es imposible no
empatizar. Porque sí, Tommy es un narcisista, un paranoico incluso, pero es también un ser excepcional al que es imposible no querer abrazar.
The disaster artist, en fin, acaba contando la misma historia que
tantas veces el cine, sobre todo el cine americano, ha contado. La historia de
un sueño en masculino, porque los protagonistas son ellos y los personajes
femeninos apenas son unos apéndices con pocas líneas de diálogo y perfectamente
prescindibles. Una buddy movie en la
que en lugar de recorrer carreteras transitamos por metros de celuloide y nos
creemos dueños del destino. Como si fuéramos dioses que pueden hacer y deshacer
dramas o comedias. La historia, como tantas,
de hombres que se resisten a crecer y que son tan vulnerables que
necesitan, necesitamos, del cine para
esquivar la soledad.
Publicado en THE HUFFINGTON POST, 8 de enero de 2018:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/the-disaster-artist-o-el-sueno-de-un-final-feliz_a_23321232/?utm_hp_ref=es-homepage
Publicado en THE HUFFINGTON POST, 8 de enero de 2018:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/the-disaster-artist-o-el-sueno-de-un-final-feliz_a_23321232/?utm_hp_ref=es-homepage
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