"Al describir su niñez, casi cómica en
su tragedia implacable, Karr manda un mensaje fundamental: no sólo la verdad te
hará libre a ti, sino que también abrirá el camino para que otros hagan lo
propio”
Lena Dunham
Hacía tiempo que no leía un libro que
me reconciliara tanto con la verdad como estas memorias de Mary Karr. Y esa es sin duda la gran paradoja que encierra su título. En una
época en la que parece importar más el disfraz que el rostro, la apariencia que
el alma, El club de los mentirosos es
un gozoso encuentro con la fuerza de la vida, tan llena de sombras y sin
embargo tan luminosa. Entre la comedia y el drama, como los días de cualquiera
de nosotros, la que ahora es profesora de Literatura en la Universidad de
Siracusa recrea su infancia, en algún momento más cercana a la tragedia que a
la risa, pero siempre atravesada por una capacidad admirable para la superación.
A través de una narrativa llena de hermosas imágenes y de un lenguaje que acaba
siendo pura poesía en ocasiones, Mary Karr nos abre de par en par las puertas
de su casa, dejando al descubierto las miserias familiares pero también los
hondos afectos que actúan como raíz inquebrantable.
En este relato etílico y humorístico, asistimos a una vida que sobrevive a pesar de
los jirones y que nos es mostrada sin temor a mostrarnos los trapos sucios. Algo que no es lo más habitual en unos
tiempos de memorias edulcoradas y happy end obligatorio. Mary Karr, sin embargo, apuesta por liberar
los demonios y por hacer nuestra la que es también su búsqueda de
respuestas ante una madre de cuyo mal no
sabe el nombre. Ese recorrido convierte
también a El club de los mentirosos
en el retrato de una mujer que se va empoderando y que no tiene más remedio que
armarse frente a un mundo de hombres que con frecuencia la convertirá en
víctima. En este sentido, es impresionante la descripción del abuso sexual que sufre siendo apenas una niña y cómo lo recuerda sin ningún tipo de edulcorante, con la brutalidad de cada instante sufrido, sin renunciar a la memoria como paso indispensable para el renacimiento. Este libro es pues un canto a la valentía cotidiana que supone sobrevivir en un
contexto adverso, tal y como cantan los versos de Zbigniew Herbert que
introducen la tercera parte:
“sé valiente cuando la
razón flaquee sé valiente
En el cómputo final eso es lo único
que cuenta
Y que tu ira imponente sea como el
mar
Cada vez que escuches la voz de los
humillados y golpeados”
Este prodigioso libro es también un hermoso reconocimiento
del dolor como parte de nuestra esencia humana, una celebración de la
inteligencia y de la conciencia frente a
la domesticación. “ … en mi cabeza el sufrimiento no estaba relacionado con la
virtud moral o la bondad, como les ocurría a los niños baptistas de Leechfield,
sino con la inteligencia. Las personas inteligentes sufrían; lo idiotas, no (…)
La felicidad era para los cabezas de chorlito, una niebla confusa en la que uno
se perdía. El dolor, discreto y constante, significaba vivir en un estado perpetuo de vigilia. Una vigilia que algo
tenía que ver con aguardar tu propia muerte y con vivir en un estado constante
de desesperación vigilante”.
La historia de Mary Marlene, llamada así en homenaje a la
Dietrich, es un preciosa declaración de amor a una
madre que durante tu vida arrastró el peso de la culpa y la desesperación de
quién en su día fue negada. Una madre que acabará confesándose a la hija,
logrando así la milagrosa absolución de ambas. Pero también El club de los mentirosos es una hermosísima constatación del amor hacia el padre, el cual acaba convertido, al final del libro, en el protagonista que
antes parecía no ser. Es por lo tanto el amor más radical, el que a veces
aprieta y otras libera, el que domina estas páginas escritas por una comedianta
que es también poeta. Todo un ejercicio heterodoxo de defensa de una verdad, la
de Mary, que gracias a las palabras se convierte en liberadora.
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