Cineastas varones como Pedro Almodóvar, o el director de ese "engendro" machista llamado Elle, deberían ver esta película de Roser Aguilar para entender algo que parecen no haber entendido: la brutal humillación y lesión de la dignidad de una mujer que supone una agresión sexual. Una lección que, como bien nos demuestra Brava, necesita de miradas femeninas, y feministas, que alumbren la realidad con los ojos de quien forma parte de la mitad subordinada. De ahí la necesidad, la urgencia diría yo, de que en la pantalla veamos más historias contadas por mujeres, de manera que ampliemos nuestro imaginario y que, en consecuencia, podamos superar la supremacía del patriarcado también en la cultura.
Con la ayuda de la interpretación honda y desgarradora de una inmensa Laia Marull, Aguilar nos muestra los efectos devastadores que una agresión sexual provoca en Janine. Cómo, a partir de la noche en que sucede, los cimientos tan firmes de la que parecía tener una vida completa, empiezan a tambalearse y, sobre todo, cómo el miedo se instala en sus días. El rostro de Laia nos enseña el terror, la inseguridad, la soledad y el desamparo de una mujer que está rodeada de hombres que no pueden o no saben entender su dolor. Sin estridencias, y como si estuviéramos acompañando a la protagonista por un itinerario de duelo, vamos entendiendo no solo la grieta inmensa que ha abierto en su cuerpo y en su alma sino también todo lo que implica, para ellas y para nosotros, la cultura de la violación.
Con un cierto hilo de continuidad con la hermosísima El pájaro de la felicidad, de Pilar Miró, en la que el personaje que interpretaba Mercedes Sampietro sufría una violación, lo cual hacía que se replanteara en gran medida su vida, Roser Aguilar acierta de pleno al poner el foco en las inseguridades de una mujer que, tras el ataque, siente que su propia identidad está en entredicho. Que ha de buscar un nuevo lugar en el mundo. Y que ha de, también, armarse de valentía para no ser cómplice, con su silencio, del dolor de otras. Todo ello mientras que los hombres que la rodean - su pareja, el padre, el fugaz amante - parecen estar tan inmersos en su rol de siempre que ni siquiera intuyen lo que a ella la está matando por dentro. En ese recorrido, es brutal la escena en la que Janine, tan necesitada de superar el miedo a la piel y al roce de un hombre, intenta mantener una relación sexual que acaba mostrándonos de nuevo las fauces del patriarca. Para demostrarnos que un hombre violento y agresivo no es un enfermo, ni un delincuente, sino un machista que ha asumido que el dominio sobre ellas es un ingrediente esencial del erotismo que tanto le excita.
Lo mejor de Brava, cuya historia no habría sido contada de la misma manera por un director, es justamente ese lento y arduo proceso de empoderamiento que Janine vive, y sufre, hasta llegar a su valentía final. Toda una reconstrucción que nos demuestra que la agresión sexual de una mujer no es solo un atentado contra su cuerpo, o contra su integridad moral, sino que es, por encima de todo, la más brutal negación de su propio ser. Todo ello, por supuesto, ligado a la evidencia de que nuestra sociedad no será justa mientras que el espacio público sea un lugar de miedos y no de oportunidades para la mitad de la ciudadanía.
PD: Hoy mismo aparece en www.eldiario.es un reportaje sobre el miedo que las mujeres continúan sintiendo cuando caminan solas por las calles, http://www.eldiario.es/theguardian/Pagamos-sentirnos-seguras-mujeres-caminan_0_696081215.html
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