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Siempre he pensado que la tarea esencial del feminismo no ha
sido ni es coser las prendas rotas o remendar las vestimentas deterioradas. Eso
es más bien lo que les ha tocado hacer a
las mujeres en el reparto de funciones mediante el que el patriarcado ha
consolidado el dominio masculino. Es decir, mientras que nosotros luchábamos
por la patria, ellas cosían las banderas. Las teóricas y activistas feministas,
de las que continúo aprendiendo cada día, y que me obligan permanentemente a
revisar mi posición privilegiada y los paradigmas que siempre me beneficiaron
como varón, me han enseñado que el objetivo del feminismo es diseñar otro
patrón y poner las bases de otro tipo de pacto. Es decir, no asumir el traje masculino y ajustarlo para
que le siente bien a ellas sino articular, desde la teoría y la praxis, un
nuevo modelo de subjetividades y de relaciones entre ellas que haga posible de
una vez por todas la equivalencia política de los géneros.
Ese ambicioso horizonte supone someter a un proceso crítico y
a una posterior reconstrucción todas las estructuras de poder que durante
siglos han condicionado el estatuto político de la mitad femenina. Un proceso
que en este momento supone nada más y nada menos que combatir las profundas
desigualdades que genera la perversa alianza entre neoliberalismo y
patriarcado. Este debería ser, sin duda, el principal reto que asumiera una
izquierda desnortada y que parece no tener muy claro que lo que daría sentido a
su proyecto sería convertir en central lo que la política neoliberal insiste en
mantener en la periferia. De ahí la necesidad de que el feminismo, que es sin
duda la propuesta teórica y emancipadora más revolucionaria que podamos
imaginar, se convierta en el eje principal de unas fuerzas políticas que andan
a la deriva, entre otras cosas, porque han sido incapaces de asumir que el eje
de la igualdad de género debe ser la palanca que haga saltar por los aires
todos los aparatos de poder que continúan sosteniendo al depredador masculino.
Un depredador que, no lo olvidemos, también siempre ha habitado en la izquierda
y al que, por supuesto, también imitan muchas mujeres que entienden que la
única manera de alcanzar y ejercer el poder es reproducir los patrones de
conducta de sus colegas varones.
Por todo ello, pienso que, a diferencia de lo que una de las
candidaturas a la secretaría del PSOE ha bautizado como “La hora de las mujeres”,
lo que el socialismo debería asumir de
una vez por todas es que esta debería ser la
hora del feminismo. Lo cual pasa por revisar no solo quién ocupa el poder
sino también cómo lo ejerce y de acuerdo con qué prioridades. Ello no supone
exigir a las mujeres un plus de méritos políticos y morales, ya que tienen el
derecho fundamental a ser como mínimo igual de malas que nosotros, pero sí,
cuando está en juego todo un proyecto político, exigir que las reglas del juego
respondan a los objetivos que podríamos resumir en lo que Nancy Fraser llama “justicia
de género”. Y eso implica no simplemente que haya una presencia paritaria de
mujeres y hombres en el poder sino también, y sobre todo, que unas y otros
dejen de usarlo de acuerdo con los parámetros masculinos y con la visión
androcéntrica que acaba reduciendo a la igualdad a una cuestión de mera asimilación. Lo contrario nos llevaría al absurdo de, por
ejemplo, valorar positivamente los liderazgos de Marie Le Pen o Angela Merkel
simplemente por el hecho de ser mujeres. No se trata, como diría Susan
Sarandon, de votar solo con la vagina sino de confiar en quienes luchan por subvertir un juego cuyo manual de
instrucciones ya no nos sirve. El reto,
insisto, muy especialmente para la izquierda, no es solo que haya más mujeres
ejerciendo el poder, sino que haya cada vez más mujeres capaces de situar la agenda feminista como prioridad absoluta e
innegociable.
Esa es, o debería ser, una de las grandes cuestiones que
deberían estar planteándose en el seno de un PSOE que, sin embargo, parece más
pendiente de los liderazgos personalistas y de la cultura de trincheras que del
objetivo de ser en el siglo XXI el partido que más y mejor se comprometa con la
igualdad de mujeres y hombres. Lo cual supone, insisto, plantarle cara al
liberalismo salvaje, a las reglas patriarcales que siguen dominando lo público
y a la falsa creencia de que la simple presencia de una mujer en el poder es
capaz de darle la vuelta a un mundo hecho a imagen y semejanza de los varones y
de quienes, con independencia de su sexo, son cómplices del sistema. Mucho me temo que
si el partido no asume como principal bandera esta lucha continuará sumando
argumentos para situarse en la irrelevancia.
Publicado en THE HUFFINGTON POST, (16 de mayo de 2017)I
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/es-la-hora-del-feminismo-para-el-psoe_a_22081089/?utm_hp_ref=es-homepage
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/es-la-hora-del-feminismo-para-el-psoe_a_22081089/?utm_hp_ref=es-homepage
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