Ir al contenido principal

LA MÍSTICA DE LAS NUEVAS PATERNIDADES

Soy padre de un hijo adolescente y no creo que exagere si afirmo que ésta es una de las aventuras más complejas que he tenido que asumir en mi vida. A falta de libro de instrucciones, y nadando permanentemente en un mar de dudas e inseguridades, intento no naufragar en exceso y en asumir todo el proceso como un aprendizaje del que no solo él sino también yo salgamos más empoderados. Lo cual no quiere decir que nos convirtamos en hombres heroicos e imbatibles sino más bien todo lo contrario, es decir, en individuos que hayamos aprendido que la vulnerabilidad y la necesidad del otro/la otra es lo que otorga fortaleza ética a nuestra existencia. Este hondo compromiso me ha regalado algunos de los mejores momentos de mis últimos 15 años, pero también me ha restado tiempo y energías, por lo que no siempre ha sido ese estado ideal que ahora me meten por los ojos en blogs y redes sociales. He intentado, e intento, ser un buen padre, o sea, un padre dubitativo, generoso y cómplice, que no amigo de mi hijo, pero eso no me ha llevado a uno de esos paraísos que parecen sacados de un anuncio y en los que la paternidad se nos vende como si fuera la única vía posible para la felicidad. Al contrario, yo en muchos instantes me he sentido con ganas de tirar la toalla, me he arrepentido de parte de las decisiones de vida y hasta he soñado con dimitir de mi función. Y, por supuesto, he seguido construyendo otras muchas facetas de mi vida que me generan satisfacciones, que multiplican mis energías y que me ayudan a crecer como el hombre de coraje y ternura que un día me propuse ser. Todas ellas tan relevantes como mi paternidad porque sin ellas estoy seguro que mi hijo no tendría cerca al aprendiz de casi todo que continuo siendo. Todo esto, además, me ha permitido comprobar de primera mano que ser padre es un deseo no un derecho.

Por todo ello siento de entrada tanta desconfianza hacia todo ese movimiento, que no sé si no pasa de ser una moda o, en el peor de los casos, una manera de revestir de manera políticamente correcta un neomachismo "soft", que insiste en mostrarnos una imagen brillante de nuevos padres, la cual parece ser, para algunos, el primer paso hacia la construcción de masculinidades mucho más igualitarias y empáticas. Es cierto que esa dimensión de lo privado es casi la única en la que muchos hombres hemos empezado a compartir responsabilidades y a asumirlo como un espacio que nos permite desarrollar habilidades y capacidades que durante siglos pensamos que eran propias de mujeres. No seré yo quien dude de esos padres tiernos que cada vez veo con más frecuencia en los parques o de esos hombres con carrito que generan una expectación por donde pasan digna de la portada de la revista para mujeres más "exigente". Sin embargo, y como hace ya tiempo que asumí eso de que el feminismo es una permanente "filosofía de la sospecha", no dejo de preguntarme si detrás de esa fachada hay o no una auténtica transformación, y no solo de ellos, sino sobre todo de las relaciones de género, o sea, de poder, que siguen dando forma al sistema sexo/género. Me gustaría saber cómo es el reparto de autoridad en su ámbito familiar, o cómo esos padres amorosos actúan en sus entornos laborales o si perpetúan las fratrías viriles de siempre aunque hayan cambiado los escenarios. Querría imaginar que ese esmero en jugar con los niños, o en darle la merienda, o en jugar con ellos mientras se bañan, tiene su correspondencia en la transformación de muchos de las expresiones macro y micro de una masculinidad que continúa, me temo, apoyándose en los muchos privilegios que heredamos de nuestros padres. Sería estupendo pensar que todos esos padres que recogen a sus niños del cole pero que no sé si son capaces de sacrificar parte de su recorrido profesional para que sus compañeras brillen, o que no me consta si señalan con el dedo a los colegas que a su alrededor hacen alarde de machismo o que dudo si están por la labor de militar al lado de mujeres feministas con el objetivo de hacer más justo el mundo que vivimos, tuvieran muy claro que lo personal es político y que no se trata simplemente de ser buen padre sino de asumir que ya es hora que aprendamos a restar y a dividir. Porque solo así, por ejemplo, nuestras compañeras podrán sumar oportunidades, prestigio y autoridad. Como también sería revelador comprobar que esos hombres tan cuidadores lo son también de ancianos, enfermos o dependientes, es decir, que igualmente se implican en trabajos de atención a los demás que no suelen ser tan gratificantes ni divertidos como acompañar a un hijo en su crecimiento.

Creo que corremos el riego pues de convertir las nuevas paternidades en una especie de mística mediante la cual, una vez más, asumimos las portadas y el protagonismo, acaparamos jornadas y eventos, convirtiéndonos en héroes que en vez de superpoderes llevan en sus manos ramos de flores y paquetes de pañales. Me da miedo pensar que nos volvamos a quedar en la superficie y que la conversión del 19 de marzo en día del padre igualitario no sea más que una operación cosmética de esas que hacen que todo cambie para que todo siga igual. Y todo ello porque estoy plenamente convencido de que la desigualdad entre mujeres y hombres tiene que ver con unas estructuras de poder – político, económico, cultural, simbólico – que van mucho más allá de nuestras relaciones familiares. Unas relaciones que, obviamente, hemos de construir sobre el reconocimiento del otro como igual y de la corresponsabilidad a todos los niveles, pero que no bastarán para darle la vuelta a un mundo en el que ellas son las principales víctimas del "gobierno de los padres", incluidos esos que ahora suben fotos a Facebook acariciando a su hijo como nunca el suyo hizo con ellos.


Soy padre de un hijo adolescente y no creo que exagere si afirmo que ésta es una de las aventuras más complejas que he tenido que asumir en mi vida. A falta de libro de instrucciones, y nadando permanentemente en un mar de dudas e inseguridades, intento no naufragar en exceso y en asumir todo el proceso como un aprendizaje del que no solo él sino también yo salgamos más empoderados. Lo cual no quiere decir que nos convirtamos en hombres heroicos e imbatibles sino más bien todo lo contrario, es decir, en individuos que hayamos aprendido que la vulnerabilidad y la necesidad del otro/la otra es lo que otorga fortaleza ética a nuestra existencia. Este hondo compromiso me ha regalado algunos de los mejores momentos de mis últimos 15 años, pero también me ha restado tiempo y energías, por lo que no siempre ha sido ese estado ideal que ahora me meten por los ojos en blogs y redes sociales. He intentado, e intento, ser un buen padre, o sea, un padre dubitativo, generoso y cómplice, que no amigo de mi hijo, pero eso no me ha llevado a uno de esos paraísos que parecen sacados de un anuncio y en los que la paternidad se nos vende como si fuera la única vía posible para la felicidad. Al contrario, yo en muchos instantes me he sentido con ganas de tirar la toalla, me he arrepentido de parte de las decisiones de vida y hasta he soñado con dimitir de mi función. Y, por supuesto, he seguido construyendo otras muchas facetas de mi vida que me generan satisfacciones, que multiplican mis energías y que me ayudan a crecer como el hombre de coraje y ternura que un día me propuse ser. Todas ellas tan relevantes como mi paternidad porque sin ellas estoy seguro que mi hijo no tendría cerca al aprendiz de casi todo que continuo siendo.

Por todo ello siento de entrada tanta desconfianza hacia todo ese movimiento, que no sé si no pasa de ser una moda o, en el peor de los casos, una manera de revestir de manera políticamente correcta un neomachismo "soft", que insiste en mostrarnos una imagen brillante de nuevos padres, la cual parece ser, para algunos, el primer paso hacia la construcción de masculinidades mucho más igualitarias y empáticas. Es cierto que esa dimensión de lo privado es casi la única en la que muchos hombres hemos empezado a compartir responsabilidades y a asumirlo como un espacio que nos permite desarrollar habilidades y capacidades que durante siglos pensamos que eran propias de mujeres. No seré yo quien dude de esos padres tiernos que cada vez veo con más frecuencia en los parques o de esos hombres con carrito que generan una expectación por donde pasan digna de la portada de la revista para mujeres más "exigente". Sin embargo, y como hace ya tiempo que asumí eso de que el feminismo es una permanente "filosofía de la sospecha", no dejo de preguntarme si detrás de esa fachada hay o no una auténtica transformación, y no solo de ellos, sino sobre todo de las relaciones de género, o sea, de poder, que siguen dando forma al sistema sexo/género. Me gustaría saber cómo es el reparto de autoridad en su ámbito familiar, o cómo esos padres amorosos actúan en sus entornos laborales o si perpetúan las fratrías viriles de siempre aunque hayan cambiado los escenarios. Querría imaginar que ese esmero en jugar con los niños, o en darle la merienda, o en jugar con ellos mientras se bañan, tiene su correspondencia en la transformación de muchos de las expresiones macro y micro de una masculinidad que continúa, me temo, apoyándose en los muchos privilegios que heredamos de nuestros padres. Sería estupendo pensar que todos esos padres que recogen a sus niños del cole pero que no sé si son capaces de sacrificar parte de su recorrido profesional para que sus compañeras brillen, o que no me consta si señalan con el dedo a los colegas que a su alrededor hacen alarde de machismo o que dudo si están por la labor de militar al lado de mujeres feministas con el objetivo de hacer más justo el mundo que vivimos, tuvieran muy claro que lo personal es político y que no se trata simplemente de ser buen padre sino de asumir que ya es hora que aprendamos a restar y a dividir. Porque solo así, por ejemplo, nuestras compañeras podrán sumar oportunidades, prestigio y autoridad. Como también sería revelador comprobar que esos hombres tan cuidadores lo son también de ancianos, enfermos o dependientes, es decir, que igualmente se implican en trabajos de atención a los demás que no suelen ser tan gratificantes ni divertidos como acompañar a un hijo en su crecimiento. Todo ello por no hablar, porque eso sí que sería para nota, de lo importante que sería que fueran haciendo algunas lecturas feministas que les permitieran asumir el tapiz que han tejido millones de mujeres como un modo de vida y no como una simple bandera que enarbolan el 8M o el 25N.

Creo que corremos el riego pues de convertir las nuevas paternidades en una especie de mística mediante la cual, una vez más, asumimos las portadas y el protagonismo, acaparamos jornadas y eventos, convirtiéndonos en héroes que en vez de superpoderes llevan en sus manos ramos de flores y paquetes de pañales. Me da miedo pensar que nos volvamos a quedar en la superficie y que la conversión del 19 de marzo en día del padre igualitario no sea más que una operación cosmética de esas que hacen que todo cambie para que todo siga igual. Y todo ello porque estoy plenamente convencido de que la desigualdad entre mujeres y hombres tiene que ver con unas estructuras de poder – político, económico, cultural, simbólico – que van mucho más allá de nuestras relaciones familiares. Unas relaciones que, obviamente, hemos de construir sobre el reconocimiento del otro como igual y de la corresponsabilidad a todos los niveles, pero que no bastarán para darle la vuelta a un mundo en el que ellas son las principales víctimas del "gobierno de los padres", incluidos esos que ahora suben fotos a Facebook acariciando a sus hijos como nunca los suyos hicieron con ellos.

Publicado en THE HUFFINGTON POST, 17-3-2017:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/la-mistica-de-las-nuevas-paternidades_a_21879956/?utm_hp_ref=es-homepage

Comentarios

  1. Hola Octavio,

    me gusta tu comentario. Yo también soy padre de un preadolescente, al que adoro pese al móvil y las discusiones, y me identifico con tus miedos, aventuras y desventuras. En mi caso la separación complicó las cosas, pero como bien dices, se es padre porque se desea.

    En otro orden de cosas, comentarte que tu texto ha sido reciclado por Gizonduz (un blog feminista derivado de Emakunde, en Euskadi) y que usaré,con tu permiso, junto a otros comentarios para hacer un análisis lexicométrico que me piden en una asignatura sobre escrituras hipertextuales.

    También coincido en la mística paternal que señalas. Sin embargo —y estoy de acuerdo con que hay una clara discriminación hacia las mujeres construida en la mayoría de los ámbitos de nuestra vida occidental,sobre todo desde la modernidad—, quisiera añadir —siguiendo a Judith Butler o Alicia Puleo— que esa discriminación sobrepasa el sexo y se convierte en clasista e identitaria. Algo que, quizá ingenuamente, creemos superado durante la adolescencia pero que la vida te recuerda, sobre todo si las cosas no te van bien o has sido desobediente con los parámetros socioculturales admitidos —la estructura y la superestructura marxistas.

    Es decir, además del aura socioeconómica que pueda transmitir alguien, existe una pluralidad de identidades —a menudo circunstanciales, como aduces con los padres entusiastas empujando un carrito y el cambio de rol en casa o el trabajo— que superan lo masculino y lo femenino, aunque estos siguen siendo tomados como ejemplo de fortaleza y debilidad respectivamente. Con lo cual, una mujer puede perfectamente encarnar una identidad masculina menospreciable en un ámbito y no otro, y al revés, un hombre puede mostrarse sumiso. Son muchos los espacios de lucha y parece que estamos condenados a la bipolaridad. De todos modos, estoy contigo en el proceso de conciliación, interidentitario, y en la inclusión de esas personas que, por un motivo u otro, han sido condenadas al ostracismo independientemente de su sexo, pero sí a partir de una condición social determinada por la utilidad que impera en nuestro sistema occidental, la cual amenaza con absorber al resto de sociedades si es que no lo ha hecho ya.

    Por último, decirte que también tengo mi cuaderno de bitácora, en papel, y aunque ayuda mucho trasladar negro sobre blanco mis inquietudes, es bueno comprobar que no soy el único. Cuando se reprueba el machismo conviene recordar que también a los hombres se les ha extirpado cierta sensibilidad —sólo atribuible a poetas y artistas; otro batacazo capitalista que afecta a la creatividad inherente a las personas—, necesaria para reconocerse humilde, extirpar frustraciones y compartir vivencias. Urgencias para vivir en paz con uno mismo.

    Gracias,

    Tonio

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Tonio... He estado tan liado que hasta ahora no he podido leer tranquilamente tu comentario (que me ha encantado). Ojalá pudiera yo leer tu cuaderno de bitácora. Seguimos trabajando...

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n