Esta ciudad que habitamos es capaz de lo mejor y de lo peor. En ella residen algunas de las voces más reaccionarias del país pero también algunas de las que con más arte son capaces de ponerse el mundo por montera. Es un lujo vivir en Córdoba, aunque en ocasiones se nos haga cuesta arriba a quienes buscamos siempre ir más allá de lo obvio. En un verano caluroso y aburrido, como la mayoría de los que sufrimos aquí, el único que ha sido capaz de caldear aún más el ambiente ha sido una vez más el obispo Demetrio. Sus provocadoras palabras, fruto no solo de la ignorancia sino también del miedo que provoca la pérdida progresiva de acólitos y por lo tanto de poder, dieron lugar a dos tipos de reacciones muy propias de esta ciudad: los heroísmos particulares y los silencios cómplices. De nuevo, como también es habitual por estos lares, más que los exabruptos del obispo me llamaron la atención las miserables calladas por respuesta no solo de quienes dentro de la Iglesia me consta que no piensan igual, sino también y sobre todo de unos representantes públicos que apenas movieron un dedo para posicionarse de parte de los más vulnerables. Así, y de la misma forma que aplaudí el inmediato posicionamiento de Ganemos o el arrojo de Antonio Hurtado, me sentí desamparado por una alcaldesa, mujer, feminista, que no ha dicho esta boca es mía frente a unas declaraciones que la interpelaban muy directamente.
Creo que la manera más cívica de responder a las provocaciones reiteradas de esos señores no es tanto entrar en el juego amigo/enemigo sino más bien reclamar a nuestras instituciones que dejen de apoyar, material y simbólicamente, a un club privado en el que al menos sus dirigentes no parecen haber digerido todavía los valores constitucionales. Por supuesto que la libertad de expresión, también con sus límites, como cualquier otro derecho, ampara que sigan cabalgando a lomo de los dogmas, pero ello no justifica, al contrario, que sean avalados por unos poderes públicos que deberían ser estrictamente laicos. Esta es sin duda todavía una de las transiciones pendientes de este país.
Ahora bien, mientras que esa utopía abandona la letra de los programas electorales de la izquierda y se hace realidad, este verano no se me ha ocurrido mejor manera de contrarrestar las bombas de Demetrio que disfrutando del arte libertario de Nazario y Ocaña. No habría estado mal que el obispo y compañía se hubieran dado una vuelta por Vimcorsa y Diputación para que comprobaran cómo, frente a los dogmas y la ceguera, el ser humano es un ser creativo, luminoso, comprometido y festivo. Cómo el cuerpo y los deseos no son sinónimos de pecado sino de libertad. Cómo la tradición puede ser reinterpretada, y por lo tanto admirada, desde la diversidad y con el aliento siempre nuevo de lo contemporáneo. Cómo lo natural no es lo heteronormativo y cómo el género es una estructura que no una ideología.
Como bien nos recuerda la obra de Ocaña, somos seres nacidos no para ser ajusticiados en una hoguera sino en todo caso para ser quemados por el sol. Desde esta posición ética, y con el deseo nada disimulado por mi parte de subir al reino de los chulos, no me queda más remedio que rezar en este septiembre que empieza al San Pollardino de Nazario. Para que al fin abra las puertas de todos los magnos armarios de esta ciudad y me regale las energías suficientes para seguir luchando por la igualdad. Asumido que los cuerpos son una fiesta y los deseos un puente para el reconocimiento, que el feminismo es la única bomba capaz de revolucionar el mundo de verdad y que frente a las maldiciones urbi et orbi y las moscas pegajosas, siempre nos quedará la lujuria festiva y el arte multiplicador.
* Este artículo fue publicado el lunes 5 de septiembre de 2016 con el título NAZARIO, DEMETRIO Y OCAÑA. Desde la redacción del periódico no consideraron "conveniente" el título por mí propuesto que jugaba con el título de la obra de Nazario: Ascensión de Ocaña al reino de los chulos.
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/nazario-demetrio-ocana_1075079.html
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