KIKI, EL AMOR SE HACE
Paco León, 2016
Paco León, 2016
Una de las protagonistas de la última película de Paco León reconoce que Madrid no es tan moderno como parece. Yo diría que no solo Madrid sino todo el país que habitamos. Aunque creamos que la transición a una democracia nos ha hecho definitivamente "avanzados", seguimos arrastrando el peso terrible de una educación moral que durante siglos, y de manera muy severa durante el franquismo, ha convertido los deseos en sinónimo de pecado. Hemos hecho una revolución sexual solo a medias, entendida en términos masculinos y claramente heternormativos. Es decir, aún no hemos sido capaces de conjugar en plural las apetencias carnales, los juegos de la piel y la intensidad de los afectos. Todo ello bajo una apariencia de modernidad que solo parecen creerse los que leen suplementos dominicales de periódicos supuestamente "guays" y "progres".
El gran cierto de Kiki es precisamente revelarnos, con forma de comedia milimétricamente medida y luminosamente vitalista, cómo los deseos son necesariamente plurales y cómo por tanto nuestro gran objetivo, para lograr ser medianamente felices, debería ser reconocerlos y disfrutarlos. Rompiendo así con la larga tradición de la culpa, la redención y la penitencia. La película de Paco León, cuya mirada clara nos demuestra que en él reside un hombre poliédrico y artista, es el mejor antídoto contra las contrarreformas eclesiásticas, los dogmas lanzados desde los púlpitos y la hipócrita moral de una sociedad que se cree más moderna de lo que realmente es. Una apuesta que además el director hace desde la ternura y muy lejos de la chabacanería o el mal gusto. En este sentido, pareciera mentira que Tele 5 la haya producido.
Con un reparto en estado de gracia, y en el que todas y todos cumplen a la perfección con el personaje que les ha tocado en suerte, Kiki es una llamada al disfrute, a la libertad maravillosa de las pieles, al juego incesante de los besos, a la superación de una visión estrecha de los afectos y de las necesidades que hacen que seamos mitad humanos/mitad animales. Seres que deseamos. Y en la película de Paco León, afortunadamente, también ellas desean y luchan por los deseos. No son meros objetos. Son mujeres, menos mal, capaces de guiarse por lo que sienten y necesitan, y no solo objetos contemplados en función de los deseos masculinos.
Como decía mi añorado Joaquín Herrera, hace falta una política revolucionaria del deseo. Una política que empiece por el reconocimiento de la diversidad y que siga por el goce compartido de las diferencias. Esa sería la verdadera democracia. La que sabe a jugos de fruta, pieles ardientes y amores que vienen y van. Siempre en gerundio. Haciendo el amor, gozando del sexo, jugando contigo. En fin, la verbena siempre nueva en la que es posible la ternura, el éxtasis y, por qué no, el amor que nada tiene que ver con el que nos venden los cuentos de hadas.
Como decía mi añorado Joaquín Herrera, hace falta una política revolucionaria del deseo. Una política que empiece por el reconocimiento de la diversidad y que siga por el goce compartido de las diferencias. Esa sería la verdadera democracia. La que sabe a jugos de fruta, pieles ardientes y amores que vienen y van. Siempre en gerundio. Haciendo el amor, gozando del sexo, jugando contigo. En fin, la verbena siempre nueva en la que es posible la ternura, el éxtasis y, por qué no, el amor que nada tiene que ver con el que nos venden los cuentos de hadas.
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