Barcelona noche de invierno es una película amable, de esas que se dejan ver y disfrutar sin grandes pretensiones, y en la que el director, Dani de la Torre, sigue al pie de la letra el modelo con el que debutó en el largometraje. Su Barcelona, noche de verano (2013), mucho más fresca y original que esta secuela, nos planteaba un puzzle de historias que nos permitían comprobar cómo vivimos, o sufrimos, el amor en el siglo XXI. Una propuesta que nada tenía que envidiar por ejemplo a tantas comedias norteamericanas que en los últimos años han repetido ese esquema de forma tan bobalicona. Dani de la Orden conseguía traerlo a nuestro terreno y, con la ayuda de un reparto muy ajustado, nos hacía plenos partícipes de lo que sus personajes sentían. Sin caer en el sentimentalismo y superando, aunque solo fuera tímidamente, los mitos del amor romántico.
Este segundo largometraje, cuyas historias se desarrollan en una Noche de Reyes que parece sacada de un anuncio televisivo, tiene sin embargo mucha menos frescura que el anterior y sus historias son superficiales, esquemáticas y hasta algo tontas. Sin embargo, hay una que salva toda la función. En el episodio titulado "Años rebeldes" las protagonistas son dos mujeres que han llegado a los 80 y que aprovechan una cena familiar para "salir del armario". Interpretadas con ternura y precisión por dos grandes actrices como Montserrat Carulla y Asunción Balaguer, esas dos mujeres que durante años fueron vistas por los hijos y nietos como buenas amigas hacen saltar todas las chispas imaginables en un contexto en el que sigue latente la lesbofobia. A través de las diversas reacciones de los hijos y las hijas, la película nos muestra cómo incluso la que parece mirar con buenos ojos la historia de su madres está condicionada por lo que podríamos llamar una ética de la tolerancia más que del reconocimiento. La confesión de las dos amigas hace que esa familia aparentemente progre y bien avenida se tenga que replantear el concepto que tienen de lo que es amar y de cómo pueden construirse los vínculos afectivos. En este sentido la bofetada de Carmen a uno de sus hijos es una bofetada al corazón mismo de la heteronormatividad.
Resulta tan extraño que el cine dé protagonismo a las mujeres, y no digamos a las de cierta edad, que cuando veía estos "Días rebeldes" pensaba que estas dos amigas enamoradas merecían todo un largo. Una película entera en la que descubramos el origen de su amor y las peripecias de su pasión callada. De momento hemos de conformarnos con los pocos minutos que ocupan en esta "noche de invierno" y que apuntan que nuestro cine pide a voces otras miradas que superen la unilateral masculina. Necesitamos más películas en las que ellas, y no nosotros, sean el eje de la acción. Y que lo sean desde la complejidad de sus vidas completas y no desde la fragmentación que tiende a cosificarlas.
Necesitamos más Cármenes y Julias, más diversidad de personajes y amores, más esquemas rotos y menos regodeo en el orden establecido. Otra manera de entender los sujetos que rompa al fin con el monocorde latido que impone el macho. Necesitamos más besos como el que Carmen y Julia se dan como si fuera el regalo más esplendoroso de una Noche de Reyes en la que se nos vuelve a demostrar que el amor acaricia pero también duele.
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