“La política de los
cofrades masculinos está llena de extraños misterios: se alumbra en la luz
pública lo que se gesta en la oscuridad, en otra parte… Tan solo las radicales
aspiraciones feministas de igualdad podrán lograr la desmitificación y la
verdadera racionalidad de la política”
CELIA AMORÓS
Hace unas semanas la declaraciones en un periódico de mi
colega el profesor Javier Pérez Royo no dejaron indiferente a casi nadie. El
titular, que subrayaba que más que reformar había que “volar la Constitución”, generó por
ejemplo entre muchos compañeros una reacción para mí sorprendente entre quienes
tuve siempre por mentes abiertas y poco dadas al acomodo. Más allá de lo supuestamente incendiario del
lenguaje empleado, por otra parte tan querido en unos medios que valoran más el
espectáculo que la información, yo sí que me reconocí en los términos y en la propuesta de mi maestro y amigo. Y no
solo como constitucionalista, sino sobre todo como ciudadano que no lo era en
1978 y que certifica cada día el agotamiento
de nuestra Norma suprema y, más concretamente, del pacto que alumbró. Por ello
entiendo que más allá de las cuestiones puntuales que exigen una reforma que
las acomode a los que representan los adjetivos “social”, “democrático” y “de
Derecho” – y me refiero básicamente a la
protección reforzada de los derechos sociales y a la democratización de las
instituciones, a lo que abría que sumir el cierre de un modelo territorial en
clave federal -, lo que realmente deberíamos plantearnos es una revisión del
acuerdo que nos permita un orden social pacífico y justo en las coordenadas del
siglo XXI. Es decir, necesitamos otro contrato con el que podamos renegociar el
poder, la ciudadanía y las relaciones entre ambos. Un contrato que, por
supuesto, debería asumir las lecciones de casi 40 años de experiencia
constitucional y que debería responder a una proyección de valentía que no fue
precisamente la que caracterizó la transición. Por más que, obviamente,
reconozcamos los méritos de un momento histórico sin el que no estaríamos
hablando del actual presente.
Es decir, necesitamos una Constitución que verdaderamente
sirva de freno a los “poderes salvajes” de los que habla Ferrajoli, que haga
verdaderamente efectivo el equilibrio siempre complejo de
libertad-igualdad-pluralismo, y que sea
además capaz de realizar la tarea aún pendiente de conciliar memoria histórica
y futuro. Nos urge construir un edificio
cuyos pilares continúen siendo, claro está, los que señala el artículo 1 de la
Constitución de 1978, pero sobre todo en el que todas y todos podamos
sentir que es nuestro hogar, el “hogar de la ciudadanía”. Todo ello pasa, por
ejemplo, por culminar transiciones incompletas – de un Estado confesional a uno
laico, de un modelo centralizado a uno federal, de una cultura autoritaria y
unilateral a una cultura horizontal y pluralista – y por revisar las bases de
un pacto que no puede seguir malviviendo gracias a las rentas de un 78 que
cumplió, y eso hay que celebrarlo y reconocerlo, su papel. El papel de un
momento, de una generación, de unas necesidades.
Esa revisión debería partir de lo que a estas alturas debería
ser un presupuesto incuestionable: la incorporación de las mujeres, con
reconocimiento y autoridad, en el poder constituyente. Sin duda, el mayor
déficit democrático que todavía hoy la mayoría no se atreve a reprochar al
texto de 1978. Una exigencia no solo cuantitativa sino también, y sobre todo,
cualitativa. Es decir, esta incorporación supondría superar las claves del “contrato
sexual” y redefinir los términos del
pacto – poder, ciudadanía, espacios, tiempos -, desde la ruptura definitiva con
un modelo patriarcal y con unos paradigmas jurídicos que prorrogan la subordinación
de la mitad femenina. Mientras que no se lleve a cabo esa “radical”
transformación, que supondría volar los "pactos juramentados" entre varones de los que habla Celia Amorós, y que habrá de tener evidentes consecuencias en la política, en
la economía o en la cultura, seguiremos habitando un simulacro de democracia. Y
por eso, me temo, seguiremos provocando que tantas mujeres, como la Nora de
Ibsen, se sientan extrañas en una casa que no perciben como su hogar.
Publicado en THE HUFFINGTON POST, 6 de diciembre de 2015:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/la-revision-constituciona_b_8720916.html
Publicado en THE HUFFINGTON POST, 6 de diciembre de 2015:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/la-revision-constituciona_b_8720916.html
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