JORGE DREXLER, Concierto Clausura de Cosmopoética
Teatro Góngora, Córdoba, 9-10-2015
En esta ciudad donde con tanta
frecuencia es fácil sentirse asaetado por la indolencia y la pena negra, en la
que pese a su belleza indiscutible hay tantas personas que parecen empeñadas en
afearla desde sus púlpitos, es siempre más que bienvenida la oportunidad de
encontrar un espacio libre de contaminaciones. En el que queden afuera los
seres tóxicos y en el que, aunque solo sea por un par de horas, sea posible la
armonía, o algo parecido. Eso es lo que consiguió anoche Jorge Drexler en el Góngora. No pudo haber mejor
declaración de intenciones para el cierre de una Cosmopoética “rara”,
maltratada por unos y por otros, tanto que a algunos nos ha dado la impresión
de que hay quien disfrutaría acabando con ella. Otra especialidad cordobesa,
sin duda.
Jorge Drexler consiguió ayer el
milagro de que todas las que personas que compartimos con él espacio y tiempo
estuviéramos efectivamente siendo copartícipes de una especie de ceremonia,
civil y luminosa, en la que no había distancias, ni jerarquías, ni estrellas. Es
decir, Drexler hizo ayer todo lo contrario a lo que suelen hacer los artistas
cuando han llegado a una cierta posición en el escalafón. Actuó como si fuera
un principiante con ganas de gustar, un alumno aventajado o, mejor aún, un
amigo que con su guitarra está deseando mostrar cómplice sus últimas
composiciones a un grupo de colegas. Como si estuviera en la habitación de un
colegio mayor.
A todas y a todos los que tuvimos
la suerte de formar parte de esa fiesta íntima nos supieron a poco las casi dos
horas en las que la voz de Jorge y la caricia de sus letras consiguieron que
nos olvidáramos de la mucha mierda que habíamos dejado afuera. Como él mismo
dijo al explicar una de las últimas canciones que interpretó, “La luna de Rasqui”, había
conseguido crear un “punto ciego”, un lugar al que no llegaban malos olores ni
gestos brutales. Una playa en la que es posible hablar directamente con la luna. Un punto del universo en el que solo hubo espacio para la intensa luz que desprende
un Drexler que lo mismo canta a capella una maravillosa versión, mejor aún que
la original, de “Al otro lado del río”, que nos sorprende con el “Beautiful
boy” de John Lennon. Entre medias, como no podía faltar en Córdoba, la clásica
“Milonga del moro judío”, los ecos de amores y desamores, los universos
paralelos y el cambio permanente de la materia y las emociones.
Drexler nos demostró anoche que
tiene la materia prima que solo comparten unos cuantos privilegiados. No es
solo que sea capaz de decir cosas importantes con palabras sencillas, o que
hable de sentimientos eternos con el lenguaje de hoy, o que sea capaz de hacer
magia con las músicas más diversas.
Es que además de todo eso es capaz de seducir, de generar una corriente
empática entre el escenario y los
espectadores, de burlar las fronteras y convertirse en alguien muy cercano.
Como ese amante que al despertar te susurra al oído algo parecido a un verso desordenado
que te basta para que la vida siga rimando.
Creo que ayer todas las que
disfrutamos de Drexler cantando en catalán, olvidando una letra o sentado en el
filo del escenario, salimos del Góngora ciertamente sanados. Como si nos
hubieran dado un masaje nada superficial y hubiéramos recuperado el músculo con
el que seguir caminando por las calles y plazas de esta ciudad. En las que
espero que Cosmopoética siga ofreciéndonos oportunidades cada otoño para
hacernos sentir mejores aunque solo sea con la ilusoria sensación de escapar
subidos en la cola de unos versos.
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