Hace tiempo le escuché a Alberto Manguel decir que la mejor manera de aumentar esta especie de cofradía que formamos los lectores y las lectoras, consistiría en que cada uno de nosotros asumiera el compromiso de enganchar al menos a dos personas más en esta aventura. Eso es lo que intenté la semana pasada cuando estuve en la clase de Year 8.1 del Colegio Británico hablándoles de mi pasión por los libros, a través de la experiencia que para mí supuso leer el Diario de Ana Frank cuando más o menos tenía su edad.
Si estar con ellos, ver sus caras, escuchar sus preguntas, fue ya para mí todo un regalo, la sorpresa de ayer fue mayúscula cuando Abel me trajo este "libro" hecho con la suma de sus experiencia lectoras. En él, cada alumno y cada alumna me cuenta cuál es su libro favorito, el primero que leyeron, el que más los ha marcado, el que les recuerda a algún familiar... Hay alguna historia personal que hasta hizo que se me saltaran las lágrimas, como la de esa chica que siempre recuerda el libro que le leía su abuela, ya fallecida, y que siempre que vuelve a su ciudad se lo lleva para leérselo en la tumba... Con otras he sonreído, como en la experiencia de ese "personaje" que sueña con ser torero y que me cuenta su vida a través de los libros... Incluso hay alguno y alguna que han escrito versos sobre el amor a la lectura. Y todo ello con una página final en la que con sus firmas y sus dedicatorias me dan las gracias por el rato que compartimos.
A estas alturas de mi vida, he de confesar que algunas de las mayores satisfacciones que los días me han deparado han tenido que ver con mi pasión por la literatura. Y no sólo por el placer y el descubrimiento que siempre me ha proporcionado, sino por todo lo que ha ido sumado a ella. Las personas y lugares que he conocido a partir o a través de los libros, las "novelas" que en paralelo en vivido, los recuerdos que se han ido forjando y que me han ido haciendo el hombre que soy.... A ellos se suma ahora este diario de varios pre-adolescentes, entre los que está mi hijo, que me han confiado sus intimidades literarias, sus emociones, sus ilusiones también. Con la ternura infinita y con la inocencia deslumbrante que sólo cabe en la edad que ellos están empezando a dejar atrás. Es por tanto un tesoro que guardo ya en el estante más privilegiado de mi casa y en el pliegue más cálido de mis emociones.
Estoy seguro que cuando la vida me sorprenda con sus sombras, me bastará volver a estos textos, a estos dibujos, a estas palabras tan auténticas, para remontar el vuelo y seguir batallando. Sabiendo que si la felicidad existe no puede ser otra cosa que la suma de estas pequeñas grandes cosas que hacen que merezca la pena.
Gracias a todas y a todos, mis queridas y queridos compañeras y compañeros de Abel. Seguiré muy cerca vuestros pasos de lectores y lectoras. Y espero, con todas mis ganas, que las sorpresas que os depare la vida sean tan gratas como la que ayer me disteis con vuestro generoso regalo.
Seguiré pues leyendo porque sé que en los libros está la llave de mi felicidad.
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