En estos tiempos de mediocridad intelectual y de imperio de conceptos líquidos, constituye una agradable y reconfortante sorpresa encontrarse con una película tan necesaria como la última de Margarethe von Trotta. En ella, la cineasta alemana no hace una biografía de Hannah Arendt, sin duda una de las mentes más brillantes del siglo XX y uno de los personajes con una trayectoria más sugerente desde el punto de vista narrativo, sino que se detiene en la cobertura que la filósofa hizo del juicio al nazi Adolf Eichmann. Lo que en un principio iban a ser sólo unas crónicas para el New Yorker se acabaron convirtiendo en el origen de una de sus más célebres y controvertidas creaciones: "La banalización del mal". Sus tesis, que provocaron una reacción brutal que la llevaron a catalogarla de anti-judía y justificadora del nazismo, no planteaban otra cosa que la consideración de ese individuo que estaba siendo juzgado como pieza de una terrible maquinaria. No como la encarnación del diablo, del mal absoluto, sino como sujeto incluso sin capacidad para asumir los efectos que implicaba su participación en una espiral de terror.
Lo más relevante de la posición de Arendt, y que la película retrata de manera pulcra, y con la ayuda de la magnífica interpretación de Barbara Sukowa, es su intento de entender la realidad, de analizar desde la razón los fenómenos y desvincularlos de una mirada febril y parcialmente falseadora de los hechos. Es decir, Hannah Arendt nos está mostrando cual es el camino del filósofo e incluso del hombre en cuanto ser dotado de razón: el enfoque diseccionador que permite deslindar la responsabilidad individual de la colectiva, el predominio de la inteligencia sobre las pasiones colectivas, la búsqueda de la verdad y de la justicia por encima del deseo de venganza. De esta manera, y como bien nos muestra la película, es como es posible construir la Humanidad en un sentido ilustrado. Porque eso es lo que fundamentalmente fue la pensadora alemana: una mujer humanista, ilustrada, ... y valiente, por supuesto, muy valiente. Una mujer de principios y no de ideologías.
Y, desde esa posición ilustrada, la segunda enseñanza. Como bien dice en un momento de la película, que tiene un prodigioso guión, Hannah Arendt no podía amar al pueblo judío, como no podía amar ningún pueblo, o nación, o ente colectivo. Ella sólo amaba a sus amigos. Ésta es sin duda la otra propuesta filosófica radical y, a mi parecer, tan necesaria aún en el momento presente. El sentido individual de la libertad y la dignidad frente a las emociones colectivos y los sentimientos tribales. La fuerza de la justicia entendida como reparación y condena de las actuaciones del que se salta las normas y no como venganza del colectivo frente a las ideas o acciones de otro colectivo demoníaco. Un entendimiento por tanto del Derecho anclado en la fuerza ordenadora, y entendedora, de la razón y en el freno que representa frente al poder de todo tipo - incluido el que genera la mayoría dominante. La capacidad de comprender y entender frente a la "tiranía de la mayoría" y frente a una concepción de la justicia más cercana al castigo que a la ordenación de la convivencia sobre el escrupuloso respeto de los derechos fundamentales.
Todos esos matices, que más nos valdría asumir en este siglo XXI en el que continúan las barbaries y la falta de entendimiento, confluyen en un personaje admirable. En una mujer que fue decidida, valiente, autónoma, luminosa. La que da toda una lección, de la que también deberíamos tomar buena nota, cuando en la universidad le piden que deje de dar clases en una reunión con sus colegas de departamento y ella responde que dará explicaciones pero no allí, sino ante su alumnado. Y así lo hace, tal y como refleja uno de los momentos más potentes de la película. Un referente del que deberíamos aprender todos los que estamos en una universidad que se parece más a las reacciones que en su día provocó la Arendt que al estilo de pensamiento que ésta hizo visible con su mismo compromiso docente. Por todo ello, sobran las razones para afirmar que esta película debería ser de visión obligatoria en todas las aulas universitarias y, muy especialmente, en las sesiones de los Consejos de Departamento en los que "entender" y "comprender" son verbos escasamente conjugados.
Sobre la película y el pensamiento de Hannah Arendt, he encontrado dos reflexiones magníficas, cuya lectura recomiendo:
* El artículo de Javier Cercas, "Una mujer valiente", publicado en EL PAÍS hace unas semanas:
http://elpais.com/elpais/2013/09/26/eps/1380197154_582780.html
* La entrada en el blog de Santiago Navajas Cine y Política titulado "Hannah Arendt: la judía que no amaba al pueblo judío":
http://cineypolitica.blogspot.com.es/2013/07/hannah-arendt-la-judia-que-no-amaba-al.html
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