Lunes, 22 de abril de 2013
Escribo estas líneas en mi habitación del Hotel Pedrini en la Strada Maggiore de Bolonia. En la tele
retrasmiten el juramento y la toma de posesión del presidente de la República. Un momento histórico porque es la primera vez que lo hace por segunda vez el mismo político. En este caso, Napolitano, un hombre con más de ochenta años, con una larguísima trayectoria a sus espaldas y que, de alguna forma, representa esa tendencia tan italiana a arrastrar sus esencias, su pasado. O, lo que es lo mismo, su imposibilidad, al menos en política, para dar un paso hacia adelante, pasar página e iniciar una nueva era. La Italia patriarcal se reproduce una y otra vez, con rostros diversos, mientras que la sociedad parece continuar su andadura a pesar del caos, del progresivo desastre institucional, de la patética clase política, de las viejas y costosas estructuras administrativas. Nunca nosotros estuvimos tan cerca de los males que detecto en este país, por otra parte siempre seductor y maravilloso. La seducción del caos escribí cuando viví en Roma unos meses hace ya muchos años. Es la misma sensación que vuelvo a experimentar ahora, cuando obviamente ni el país es el mismo ni mucho menos yo el doctorando que entonces lo tenía todo por hacer.
Estoy escuchando el discurso de Napolitano que se muestra firme y duro con la corrupción, reclamando una reforma de la ley electoral y, en definitiva, una revisión de buena parte del sistema que hace aguas por todas partes. Esta mañana hablaba con una doctoranda de Derecho y me daba cuenta de lo mucho que se parecen nuestras situaciones actuales. Muy especialmente en lo relativo a la crisis institucional, de los partidos y, muy en especial, de la izquierda. Una izquierda que aquí está más desnortada que la nuestra, lo cual ya es decir.
Sale el sol después de una siesta de truenos y de una mañana de lluvia primaveral. Bolonia es una ciudad para pasearla, para disfrutarla en sus calles porticadas, en sus librerías en la que es tan fácil perderse.
Esta mañana, además de estar en el Instituto de Estudios Jurídicos con el prof. Luca Mezzetti, he visitado el Colegio de España. Un lugar que parece detenido en el tiempo, espléndido, aunque me ha parecido un tanto como de "cartón piedra", una escenografía perteneciente a otra época... como así me ha parecido su actual Rector. Un hombre que parece sacado de un cuadro de El Greco. En ese territorio que parece estar al margen del espacio y del tiempo, incluso desde su peculiar situación diplomática, uno tiene la sensación de que las edades no han pasado y que hay mucho de esa pesadez reaccionaria en el mundo jurídico. Lo cual acaba siendo un lastre. Por muy solemne o estético que sea el envoltorio. Allí admiran a Pablo Lucas, el que fuera mi director de tesis y fiel consejero y amigo. El fue colegial y, como bien dicen, eso marca carácter. Siempre Pablo me ha hablado del Colegio con pasión y emoción. Hoy he sentido como se le quiere y admira allí. Y también he entendido mejor esa tendencia suya a andar con pies de plomo, a ser excesivamente cauto, casi monacal.
Napolitano llama a los diputados de Cinque estelle a la colaboración y no a la contraposición. Me sorprende ver en pleno 2013 una cámara de representantes con tantos hombres, además muy mayores, y tan pocas mujeres. Mucho traje oscuro y corbata. El patriarcado que se resiste a desaparecer en unos lugares más que en otros. Eso sí, viendo una ceremonia como la de esta tarde, escuchando el discurso intenso y sentido del Presidente, me convenzo más aún de que la república es la forma más adecuada de gobierno para una democracia. Aunque también es cierto que no estamos en los mejores momentos para plantear una reforma así y, sobre todo, para pensar en un político o en una política de cierta "entidad" que pudiera desempeñar en ese papel en nuestro país.
"¡Viva el Parlamento! ¡Viva la República! ¡Viva Italia!", así termina Napolitano su discurso. Todos en pie aplauden, menos los diputados de 5 estelle. Este país es único en su capacidad de representar un juego escénico, de apurar al máximo las posibilidades de la estética incluso cuando las de la ética andan en sus horas más bajas. Aplausos inmensos. Como una gran estrella del espectáculo. El espectáculo de la política que en este país siempre roza o el ridículo o el fracaso. Pero con la gran ventaja de que lo que subyace parece continuar su ritmo a pesar de todo y de todos. Aunque tal vez ahora la crisis que vivimos en toda Europa dificulte que el país se reinvente tan fácilmente como lo ha hecho en otros momentos.
Es un gusto pasear por esta ciudad. Es fácil sentirse en ella acogido bajo sus largos pórticos. Protegido de la lluvia y las inclemencias. Librerías, bibliotecas, heladerías. Y el rojo de las casas y los tejados, los viejos palacios que se resisten a caer, Neptuno imbatible. El tiempo, siempre el tiempo. Italia es dueña del tiempo y en sus espacios las horas se convierten en calle, en iglesias, en trattorias, en mercados donde se habla en voz alta, en aulas donde el saber lucha siempre entre las piedras y las ventanas.
Napolitano camina entre la guardia, no real en este caso, supongo que republicano, y me recuerda un viejo sabio. Me recuerda a Bobbio y a esos grandes pensadores jurídicos y políticos que ha dado este país. Y digo bien "ha dado" porque parece que tambíén ahora el pensamiento, la capacidad de innovación, la fuerza intelectual de este país no pasa su mejor momento. Su discurso ha sido contundente y potente. Un discurso muy "republicano", de los que con más frecuencia me gustaría escuchar en nuestra España que, a diferencia de Italia, carece de esa chispa seductora e innovadora que le ha permitido durante siglos hacerse y rehacerse.
Sale el sol con cierta timidez. A través de mi ventana veo muros rojos, tejados, la cumbre de una iglesia o de un viejo palacio. Apenas llega ruido de la calle. Y recuerdo el Viva Italia que un día cantara Ana Belén... Italia, camisa blanca de mi esperanza, podríamos decir hoy. Y vuelvo a los pórticos, a las estanterías de la Feltrinelli, mientras Napolitano deja una corona de flores en el horrendo monumento de Piazza Venecia. Estoy en Bolonia y también estoy en Roma. Dos momentos vitales que se unen por el cordón umbilical de un país en el que siempre he sido tan tan feliz...
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