Las palabras que Caballero Bonald escribe sobre Cádiz en su Tiempo de guerras perdidas reflejan a la perfección lo mismo que yo siento por esa ciudad...
"Con Cádiz he mantenido desde siempre unas relaciones de convivencia irreprochables. Es como si se tratase de una ciudad especialmente diseñada para satisfacer mis gustos en materia urbanística y aun las exigencias de mi sensibilidad. Me refiero sobre todo a aquellos años centrales de la década de los 40, cuando aún no había aparecido intramuros de la ciudad más que algún aislado adefesio arquitectónico (...)
A la traza de Cádiz le viene ciertamente bien el muy socorrido símil de navío fondeado. En cualquier dirección que se vaya, siempre se termina yendo al mar, que es como el compendio sensitivo del cuerpo de Cádiz: su historia, su industria, su mitología, su peligro, su orgullo. Confín del mundo occidental, bastión del no más allá de las columnas de Hércules, Cádiz fue asimismo cabeza de puente de las Indias, encrucijada de rutas comerciales ultramarinas. Pero su cultura, el más remoto ingrediente de su personalidad, le llega del fondo del Mediterráneo: de los viajantes de comercio de Tiro, de las expansiones clásicas de Grecia y Roma y, antes aún, de los turdetanos y los sirios que arribaron a estas orillas de los inciertos confines de la historia (...)
En Cádiz, si bien se mira, hay por los menos tres Cádiz: el antiguo, que va de los fenicios a los romanos; el que llega de un salto al neoclasicismo, y el que todavía anda gestándose (...)
Los gaditanos disfrutan de un modelo vital donde se decantan, en cierto modo, los supuestos estatutos de esa entelequia llamada sabiduría popular andaluza, que viene a consistir en una mezcla desigualmente dosificada de cachondeo por libre, estricta civilización y arenas movedizas (...)
"Con Cádiz he mantenido desde siempre unas relaciones de convivencia irreprochables. Es como si se tratase de una ciudad especialmente diseñada para satisfacer mis gustos en materia urbanística y aun las exigencias de mi sensibilidad. Me refiero sobre todo a aquellos años centrales de la década de los 40, cuando aún no había aparecido intramuros de la ciudad más que algún aislado adefesio arquitectónico (...)
A la traza de Cádiz le viene ciertamente bien el muy socorrido símil de navío fondeado. En cualquier dirección que se vaya, siempre se termina yendo al mar, que es como el compendio sensitivo del cuerpo de Cádiz: su historia, su industria, su mitología, su peligro, su orgullo. Confín del mundo occidental, bastión del no más allá de las columnas de Hércules, Cádiz fue asimismo cabeza de puente de las Indias, encrucijada de rutas comerciales ultramarinas. Pero su cultura, el más remoto ingrediente de su personalidad, le llega del fondo del Mediterráneo: de los viajantes de comercio de Tiro, de las expansiones clásicas de Grecia y Roma y, antes aún, de los turdetanos y los sirios que arribaron a estas orillas de los inciertos confines de la historia (...)
En Cádiz, si bien se mira, hay por los menos tres Cádiz: el antiguo, que va de los fenicios a los romanos; el que llega de un salto al neoclasicismo, y el que todavía anda gestándose (...)
Los gaditanos disfrutan de un modelo vital donde se decantan, en cierto modo, los supuestos estatutos de esa entelequia llamada sabiduría popular andaluza, que viene a consistir en una mezcla desigualmente dosificada de cachondeo por libre, estricta civilización y arenas movedizas (...)
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