La dimisión de Esperanza Aguirre me sugiere muchos elementos para la reflexión, aunque hay uno que me llama especialmente la atención por la "lectura de género" que es posible realizar. Aunque sería de ilusos desconocer los factores políti
cos que habrán condicionado su decisión, yo sí que me creo, y no pongo tan en duda como he escuchado desde ayer a muchos medios (sobre todo "de la oposición"), sus motivos personales y familiares. Lo que ocurre es que estamos muy poco habituados a dos cosas. En primer lugar, a que un político o política presente la dimisión. Cuando deberíamos asumir por fin que es contrario a la salud democrática que cualquiera, por bueno que sea, ocupe cargos públicos durante 30 años como Esperanza y otros muchos. En segundo lugar, en este mundo tan patriarcal, y en el que el poder sigue siendo muy masculino, no es muy habitual que se esgriman ese tipo de motivos para abandonar la "cosa pública". No me imagino a casi ningún político hombre diciendo que abandona la política porque quiere pasar más tiempo con sus nietos. Esperanza Aguirre, con la que no comparto ideológicamente nada y que en muchas ocasiones me parece que ha tenido actuaciones muy censurables, ha sido todo un ejemplo de cómo ha gestionado ante "el público" su enfermedad y ahora su retirada. Se nos ha mostrado, pese a su dureza aparente de animal político, como un ser vulnerable. Y eso es algo que la mayoría de los machitos que se dedican a lo público están lejos de poder y querer demostrar ante una sociedad que identifica poder con masculinidad y heroísmo.
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