DIARIO CÓRDOBA, 10/9/2012
Siempre me ha costado muchísimo explicar en qué consiste mi trabajo a quien no pertenece al ámbito universitario. Cuesta entender en qué consiste lo que hago en horarios que nada tienen que ver con los usuales, incluso en días festivos, rodeado de libros y documentación. Si hubiera atendido a la escasa valoración social de lo que hago, y no a la pasión que me provoca, hace tiempo que habría dado un giro a mi vida y habría renunciado a tantas horas de trabajo callado. Pero siempre me he mirado en el espejo y me he sentido tan a gusto que, aún a pesar de sus muchas limitaciones, he certificado que éste es mi lugar en el mundo.
Por ello me parece tan necesaria y tan de agradecer la actividad que la UCO, en el marco de un proyecto europeo, está organizando para finales de este mes. La noche de los investigadores pretende, entre otras cosas, poner nombre y cara a muchos hombres y mujeres que hacen un trabajo silencioso, pero muy necesario para la sociedad. Lo cual, en estos tiempos canallas que corren, es más oportuno y urgente que nunca. Lo único que lamento es que, como suele ser habitual en este tipo de convocatorias, los que investigamos en el ámbito de las Humanidades, las Ciencias Sociales y Jurídicas, continuemos siendo invisibles. Me explican que la razón de esta exclusión es que la convocatoria exigía que los/as investigadores/as tuviesen un proyecto europeo y estos escasean en el ámbito de lo que todavía cuesta calificar como ciencia. Un criterio que ha venido impuesto desde fuera y que, no obstante, me parece discutible como cualquier otro.
Son muchas las razones que pueden explicar la ausencia de ese tipo de proyectos en el ámbito al que pertenezco, algunas debidas a unas estructuras que no apoyan precisamente las Ciencias Humanas, Sociales y Jurídicas, y otras que también tienen que ver con nuestra propia idiosincrasia como investigadores/as, la cual nos remite a un individualismo que deberíamos revisar. Admitida esta parte de responsabilidad, creo sin embargo que la UCO ha perdido una magnífica oportunidad para corregir con alguna acción positiva esa ausencia y así demostrar a la ciudadanía que también en un departamento de Filosofía y Letras, o de Educación o de Derecho es posible alimentar ideas que pueden revertir en la mejora de nuestra sociedad. Todo ello, además, sin limitarnos al ombligo europeo, porque me consta que son muchos y muchas colegas los que tienen vivos proyectos con otras áreas de singular interés como América Latina o el Norte de Africa.
Al mismo tiempo no deberíamos dejar pasar esta oportunidad para también explicarle a la sociedad la precariedad en la que progresivamente se está instalando la investigación en nuestro país. Además del aspecto lúdico y festivo, deberíamos recordar la explotación de muchos/as investigadores/as, las dificultades que tienen nuestros/as jóvenes para emprender una carrera de este tipo o las cada vez peores condiciones en las que se nos obliga a trabajar. Quizás en paralelo a esa noche deberíamos montar una especie de botellón alternativo donde pusiéramos de manifiesto no sólo que filosofar es también investigar sino también las pésimas condiciones en las que tratan de sobrevivir muchos y muchas de los que tendrán que emigrar si quieren continuar la carrera que un día empezaron ilusionados.
Y, por supuesto, aunque la denominación del evento esté en masculino, traduciendo así las reglas patriarcales que también dominan la ciencia, no olvidemos que también son muchas las mujeres que se dedican a la investigación. Es decir, las investigadoras para las que, por ejemplo, sigue siendo muy complicado compatibilizar su dedicación con la vida familiar y doméstica, o que aún están lejos de los núcleos de poder universitario. Ellas, aunque no estén en el título, necesitan hacerse doblemente visibles en una sociedad que sigue empeñada en usar el masculino universal. La misma que valora más a una ingeniera que a una jurista.
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