Ir al contenido principal

RAMBLAS DE MAR

Una declaración de amor a Barcelona

Cuando viajo acabo encontrándome con dos tipos de ciudades. En algunas, por más que me sienta bien acogido, y que disfrute de sus espacios y sus gentes, me siento extraño. No llego a formar parte de su paisaje. En otras, por el contrario, me reconozco. Tengo la sensación no sólo de que podría vivir allí sino que también todo mi ser se hace más amplio, se multiplica, crece y desprende energía positiva.
Barcelona es una de estas últimas ciudades. En los últimos años, y por diferentes motivos, he tenido la suerte de pasar algunos días en ella y ha sido tan fácil llegar como difícil despedirme. Yo, que vengo de una tierra de interior, demasiado encerrada en sí misma, tremendamente conservadora y reaccionaria, siento que en Barcelona mis poros se abren y me siento más libre que en ningún sitio. Siempre con rincones por descubrir, con experiencias por vivir, por mucho que aprender desde la diversidad que transpiran sus calles. 

Además del mar, que siempre ofrece una apertura y una dimensión de permanente sorpresa e intercambio, Barcelona es como puzzle de piezas muy distintas, una recopilación de fábulas y ensayos, un poemario escrito por mil manos y, precisamente por eso, un lugar en el que mi alma que se resiste a envejecer encuentra siempre acomodo. 

Barcelona es además un lugar donde es fácil encontrar siempre lugares casi ocultos, singulares, pequeños en su belleza,  como la preciosa plaza de San Felipe Neri, que he convertido en mi hogar esta vez. Ese rincón silencioso, de luces mágicas, es también la esencia de una ciudad, como lo son sus centros comerciales, sus grandes avenidas, las Ramblas con cientos de idiomas o la Barceloneta con ropa tendida en las ventanas.

Sólo en una ciudad como Barcelona es posible encontrar un escaparate como el de la librería Antinoos,  celebrando la semana del orgullo LGTB, con Patricia Highsmith, con Virginia Woolf, con Oscar Wilde,..., con Terenci...
Por eso tampoco es casual, o sí, que sea la Universidad de Barcelona la que haya acogido un encuentro iberoamericano en el que durante tres días hemos hablado de diversidad familiar, matrimonio igualitario, derechos LGTB. En unos momentos en que la Universidad pública parece condenada a convertirse en una especie de FP, es casi un milagro - necesario - que personas como mi querido colega y amigo Carlos Villagrasa hayan reunido a tantas gentes de acá y de allá comprometidas con la igualdad y las diferencias. Ha sido como tomarse una sobredosis de vitaminas comprobar que existen tantas mujeres y tantos hombres que, desde la Academia, aún confían en que puede hacerse avanzar al mundo. Desde una mirada crítica y comprometida. Sin falsas asepsias. Con la luz que supone mirarnos por dentro y luego alrededor. En búsqueda siempre de las mayores dosis de justicia social - o sea, de felicidad política - que seamos capaces de articular desde la convivencia.


 Tiempo para la reflexión, para el debate, para las afinidades electivas. Entre el Mediterráneo y la montaña. En una ciudad donde siempre encuentro argumentos para cuestionarme mi esencia - siempre en transición, o sea, maravillosamente queer - y las claves del mundo que me rodea.  La ciudad que siempre me depara sorpresas, que me interroga, que me hace vecino suyo sin que yo se lo pida.


En la que, de repente, es fácil encontrarte en un estudio de radio, de la mano de mi amigo Xavier Miras, hablando sobre Tennssee Williams, sobre el azar o sobre los mineros que marchan hacia Madrid. La radio, siempre la radio. Esa cómplice.

La ciudad que hace el mar suyo, que prolonga las Ramblas, como si quisiera que también el Mediterráneo fuera un testigo más de todo lo que se cuece en un lugar que me sabe a ópera, a azulejos de colores, a una canción de Serrat cuya letra no necesito traducir.  A las mujeres siempre calladas de Casas, como las que habitan los cuadros del Círculo del Liceo y que llegado un buen día decidieron lanzarse a la calle y reclamar igualdad de derechos. Escaleras que suben a un territorio que en su día construyó un mundo burgués que se olvidó luego de cómo se bajaban los escalones.

La Barcelona del Barça que adora Abel, la de Pep al que tanto yo admiro, la que también hoy tiene banderas rojas en los balcones. La que, como en todas partes, se llena de negocios de "chinos" y parece añorar unos años 20 en los que supo engendrar arte y maneras.


Y la del mar, siempre la del mar, ese azul que me falta cada día y que necesito oler cada cierto tiempo para comprobar que sigo vivo. El mar de los cuerpos desnudos, el del bochorno húmedo, el de los barcos que llevan y traen vientos que saben a otro lugar. El mar visto desde la montaña y el caminado desde la orilla. El que acaba siendo como esa almohada en el que uno, al fin, abrazado a ella, puede dormir plácidamente, como cuando éramos unos bebés y aún no sabíamos lo complicada que luego se volvería la vida. Esa infancia de la que también, sin que yo fuera consciente, formó parte esta ciudad que ahora redescubro y hago mía. Quizás porque siempre hubo en ella una parte de mí que dejé olvidada cuando mis abuelos Rita y Tiburcio me llevaban a jugar al Parque de las Glorias.

Comentarios

  1. Ojalá todas las personas que visitan Barcelona tuvieran una visión tan sensible, tan objetiva y una capacidad de análisis de las gentes y de los lugares que formamos parte de la ciudad como lo haces tu. Seguro que las huellas que dejaste en la ciudad en tu niñez, han tomado consistencia en las últimas ocasiones que has estado aqui y estoy seguro que volverás a sentir todas esas sensaciones de mi ciudad (y creo afirmar que también es la tuya) que describes con especial maestría.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Xavier... Espero tener muchas ocasiones de volver a disfrutar de tu ciudad. Cuento ya el tiempo que falta para la próxima...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n