Soledad. Toda la soledad del mundo en el rostro de una virgen que es todas las mujeres. Mujeres solas, invisibles, víctimas del patriarcado. Dolorosas que arrastran sus penas por las trincheras de la vida. Todo el dolor del mundo en el rostro de una virgen que se hace calle. Sol tímido de abril en un sábado en el que bullen las flores y toda la belleza parece concentrarse en un solo punto. Como si el universo entero cupiera en el perfil soñado de una madre que llora, de una madre de luto, de una madre a la que ya no le quedan lágrimas que derramar.
Es Sábado Santo y toda Cabra mira el rostro bello de una mujer de negro. El pueblo le da el pésame con un jardín de flores, vestido con sus mejores galas, como si quisiera estar a la altura imposible de la belleza de una mujer sin años.
Llueven flores y el mediodía se vuelve cielo. Se abren las puertas de paraíso para que entre en él la gloria bendita: la que huele a tierra mojada, la que respira aroma de jacintos, la que se hace pétalo en un sábado pensado para que Abel la mire a los ojos. El pueblo recupera sus esencias y se hace único. Irrepetible. Gracias a una mujer que es todas las mujeres. La soledad de todas las soledades. La belleza sagrada que se hace terrenal para demostrarnos que el paraíso está más cerca del suelo que pisamos que del cielo que tan lejos contemplamos.
Soledad de Cabra. Soledades de ciudades enteras. La Belleza con mayúsculas. Sin palabras capaces de definirla. Soledad de los Remedios que no necesita diccionario para nombrarla. Sólo unos ojos capaces de aguantar la tristeza serena de su mirada. Sólo una ciudad entera convertida en reclinatorio a sus pies de mujer cansada.
Es Sábado Santo y toda Cabra mira el rostro bello de una mujer de negro. El pueblo le da el pésame con un jardín de flores, vestido con sus mejores galas, como si quisiera estar a la altura imposible de la belleza de una mujer sin años.
Llueven flores y el mediodía se vuelve cielo. Se abren las puertas de paraíso para que entre en él la gloria bendita: la que huele a tierra mojada, la que respira aroma de jacintos, la que se hace pétalo en un sábado pensado para que Abel la mire a los ojos. El pueblo recupera sus esencias y se hace único. Irrepetible. Gracias a una mujer que es todas las mujeres. La soledad de todas las soledades. La belleza sagrada que se hace terrenal para demostrarnos que el paraíso está más cerca del suelo que pisamos que del cielo que tan lejos contemplamos.
Soledad de Cabra. Soledades de ciudades enteras. La Belleza con mayúsculas. Sin palabras capaces de definirla. Soledad de los Remedios que no necesita diccionario para nombrarla. Sólo unos ojos capaces de aguantar la tristeza serena de su mirada. Sólo una ciudad entera convertida en reclinatorio a sus pies de mujer cansada.
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