"Pienso, entonces, en mi hijo aún no nacido, que llevará su nombre, y me pregunto en qué lo condicionaré, en qué lo fallaré, qué deberé yo perdonarle y qué deberá él perdonarme, si no lo hace antes, cuando como mi padre se diluya en la nada.
Qué recordará de mí con nostalgia.
Me gustaría conservar algo de lo mejor de mi padre para que le llegue a través de mí"
Qué recordará de mí con nostalgia.
Me gustaría conservar algo de lo mejor de mi padre para que le llegue a través de mí"
Con ese deseo termina "Tiempo de vida", uno de los textos que más han desgarrado mi alma en los últimos tiempos. En él, el autor trata de reconstruir la relación con su padre a partir del anuncio de una enfermedad que lo llevará a la muerte. De esta manera, Marcos Giralt se adentra en los recovecos de una de las relaciones más complejas, la que une/desune a padres e hijos, y al mismo tiempo nos ofrece un retrato incisivo, agudo, a veces hiriente, sobre la masculinidad.
En unos momentos en que algunos hombres nos planteamos romper los barrotes de la jaula que representa la masculinidad "patriarcal", lo cual supone entre otras cosas revisar cómo vivimos y sentimos la paternidad, la obra de Giralt es un espejo que nos ofrece muchas claves sobre ese padre ausente y que esquiva los sentimientos, que calla y que se ofrece como modelo, que huye permanentemente del fracaso y que necesita reconocimiento social, que busca siempre asideros que le permitan tener una actitud heroica ante la vida y ante los demás. El hombre que rechaza su vulnerabilidad, que no puede sentirse frágil y para el que la enfermedad es la prueba tal vez más dura para su hombría. Y el hijo en oscuridades parecidas, pidiendo a gritos una palabra o una caricia, tan soñador y tan callado como el padre. Dos sentimentales que temen decirlo, dos hombre heterosexuales, "secretamente femeninos", dos hombres de verdad, como debe ser.
Giralt Torrente disecciona con un bisturí, las palabras, todos los silencios y distancias que han protagonizado una relación siempre próxima a la hecatombe. El hijo que acusa primero y que reencuentra después. El padre intermitente, el creador, el huidizo, que finalmente no tiene más remedio que dejarse cuidar. El que pasa de ser admirado, con lo que la admiración conlleva de separación y jerarquía, a ser compartido.
Padre, patriarca, patriarcado. Una cárcel para las mujeres pero también para los hombres. Para hombres como el padre de Marcos, para el propio Marcos, esperemos que ya no para el nieto.
Vencer la coraza, perder el miedo a las palabras, dejar escapar una lágrima, no tener que ser obligatoriamente fuerte y valiente, olvidar la brusquedad en cl cariño y sustituir la admiración por la conversación. Superar la parálisis. Antes de que llegue el último septiembre. Porque el problema es que en ocasiones las enseñanza de la vida llegan demasiado tarde.
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