"El matrimonio era en su opinión <<antinatural>>. Solo era tolerable para personas de carácter muy fuerte y mentalidad independiente siempre que lo consideraran una asociación de amigos íntimos. Era un lazo que debía durar únicamente el tiempo que ambos desearan... Pero, como un matrimonio feliz es <<el mayor de los logros humanos>>, marido y esposa debían luchar para que funcionara. Cada uno debía poseer la sutileza suficiente para amoldar su personalidad y conducta a la del otro, faceta a faceta, cóncavo a convexo. El marido debía desarrollar el aspecto femenino de su naturaleza y la esposa el masculino. Él debía cultivar las cualidades de la empatía y la intuición; ella, las del distanciamiento, la razón y la decisión. Él debía responder a las lágrimas; ella no debía perder los estribos"
Así, con tal grado de lucidez y sensatez, describe Nigel Nicolson el concepto de matrimonio que llevaron a la práctica sus padres: los excepcionales Vita Sackville-West y Harold Nicolson. Ella era aristócrata, escritora, modelo de Virginia Woolf para su Orlando y amante de hombres y de mujeres como la misma Virginia o Violet Trefusis. Él, escritor, político, diplomático, homosexual, la amó toda la vida y respetó su espacio. Como la propia Vita escribió en el diario que se recoge en "Retrato de un matrimonio", "algunos hombres parecen haber nacido para ser amantes; otros, para ser maridos, y Harold pertenece a esta última categoría".
Ambos inventaron una fórmula para su relación de pareja, superando todos los convencionalismos y poniendo las bases de lo que, ojalá, fuera hoy la regla y no la excepción. Así lo describe su hijo Nigel:
"La fórmula consistía en esto: lo más importante era confiar por completo en el otro. En la mayoría de los matrimonios, <<confianza>> es sinónimo de fidelidad. En el suyo significaba que debían contarse siempre sus infidelidades, avisarse de las inminentes crisis emocionales y, sucediera lo que sucediese, regresar finalmente al centro común... La base de su matrimonio era el respeto mutuo, el amor permanente y una comunidad de valores."
"Amaban en el otro las cualidades que no poseían: Vita, la benevolencia de Harold; este, el desatado romanticismo de ella. Les divertía identificar sus diferencias a fin de subrayar las cualidades que compartían. Tenían muchos intereses en común: la literatura, los viajes, la jardinería; sus hijos; sus casas de campo; sus posesiones; sus gustos; sus proyectos pasados y presentes; recuerdos de alegría y de cuasidesastres. Todo esto formaba un variado popurrí que jamás perdía su fragancia. Las separaciones aumentaban su aroma... El constante interés por la vida del otro y sus sentimientos, la preocupación sin intromisiones, era expresión tanto de su amor como de la fuerza de este".
Vita y Harold, como Virginia, como Vanessa, como todo Bloomsbury, fueron una mujer y un hombre que vivieron muy por delante de la época que les tocó en suerte. Incluso hoy su radical apuesta por la autonomía, y por el amor verdadero, resulta excepcional. Ella se adelantó siglos en su manera de asumir la bisexualidad, el amor por las mujeres, lo mismo que Harold supo ser coherente con una sensibilidad que lo apartaba del prototipo de hombre patriarcal. Ambos cultivaron durante todo su vida un hermoso jardín, en el castillo de Sissinghurst, en Kent, que bien podría ser la metáfora de su historia.
Casi al final de sus días, Vita aún era capaz de escribirle una declaración de amor tan hermosa como la que sigue:
"Siempre he estado muy bien entrenada para no manejarte. Apenas me atrevo a ajustarte el cuello del abrigo a menos que me lo pidas. Creo que ese es el fundamento de nuestro matrimonio, aparte del profundo amor que nos tenemos; nunca nos hemos inmiscuido en los asuntos del otro y, cosa extraña, jamás hemos tenido celo. Y ahora, a nuestra avanzada edad, nos amamos mucho más aún y también de un modo más doloroso, ya que vislumbramos el fin inevitable. No es agradable saber que uno morirá antes del otro".
La Vita retratada de manera magistral por Virginia Woolf - según Nigel, "el ser humano más admirable que he tenido la oportunidad de conocer", "delicada como una tela de araña" - en ORLANDO, la que desgrana su arrebatada pasión por Violet, la que necesitaba siempre amar y sentirse amada, fue una mujer única. Como también único fue Harold, recordado por Nigel como un hombre "distinto" pero radicalmente entusiasta con todo lo que hacían sus hijos. Ambos fueron un ejemplo de cómo equilibrar autonomía y complicidad. La lectura de su "retrato" es el mejor ejercicio que podemos hacer para asumir que caben otras maneras de entender el amor, la pasión y, por supuesto, el matrimonio. Sólo nos resta ser tan absolutamente excepcionales como lo fueron Vita y Harold. Y ser capaces de vivir nuestro matrimonio como lo hicieron ellos: "como una bahía, sus aventuras fueron únicamente puertos de paso. Cada uno regresaba a la bahía; allí era donde anclaban y se afirmaban".
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