Toda Constitución democrática es un proyecto. Una utopía. Pertenece por tanto más que a los hombres y las mujeres que la engendraron, a las generaciones futuras. Por ello es tan importante transmitirles a esos futuros y futuras ciudadanos y ciudadanas no tanto el contenido del texto, sino más bien los valores que encierra. Y para ello es necesario usar más que la razón las emociones. Porque sólo desde las emociones es posible la vida ética.
Esta mañana he tratado de transmitir esas emociones en un clase de niños y niñas de 10 años. Les he hablado de las primeras Constituciones, de la República española, del derecho al voto, de la democracia, de los derechos y de las obligaciones que implica la ciudadanía. Ellos y ellas han sido muy participativos: han preguntado, opinado, hablado y agradecido. Me he sentido como una especie de mago con una varita en mis manos y, por una hora, he soñado con que el futuro será mejor. Es decir, he creído que el progreso sigue siendo posible.
En una mañana lluviosa y fría he celebrado anticipadamente, y de la mejor forma posible, el Día de la Constitución. Lo he hecho con Abel y con sus compañeros/as de clase. En esos instantes he sentido más que nunca mi enorme responsabilidad como ciudadano, como profesor y, sobre todo, como padre. Y me he sentido tremendamente feliz por haber compartido un rato con la generación que, de manera inevitable, es la que ya da sentido a mi vida.
Gracias, amigos y amigas!!!!! El futuro os pertenece...
Gracias, amigos y amigas!!!!! El futuro os pertenece...
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