DIARIO CÓRDOBA, 26-9-2011
Una vez pasada la euforia de la Copa Davis, que de alguna manera ha servido de consuelo a una ciudad tan maltratada como la nuestra, ya va siendo hora de que nuestros representantes retomen el compromiso anunciado tras la frustración del sueño del 2016. No seré yo quien ponga en duda los beneficios económicos de la Davis, aunque tal vez no hayan sido tan exagerados como se anunciaban y hayan recaído en los "de siempre", ni negaré la fantástica campaña de promoción turística que ha supuesto para Córdoba, y no digamos para un PP que, en este caso con razón, ha vuelto a usar el agravio frente a una Junta de Andalucía que ha demostrado una vez más su torpeza sectaria. Todo ello sin olvidar los lamentables espectáculos de "nuevos ricos" que hemos contemplado en las últimas semanas, desde el viaje del alcalde a Nueva York a los cargos públicos ociosos en los tendidos, pasando por el sombrero de Manolete que volvió a demostrarnos que tenemos más raíces que futuro.
No obstante, e insistiendo en lo positivo que ha sido que un evento deportivo internacional nos sitúe en el mapa, soy de los que piensan que Córdoba, más que grandes eventos que acaban siendo como las burbujas de una botella de champán, necesita de unas políticas sostenibles que propicien un desarrollo socio-económico que nos permitan salir del agujero en el que estamos. Y eso pasa, necesariamente, no solo por fomentar el turismo, que también, sino sobre todo por impulsar la cultura como instrumento generador de riqueza material y espiritual, así como por no subordinar ésta a los designios de aquél.
Por ello, y acogiéndonos al reiterado discurso de nuestro alcalde desde aquella tarde en que un fabricante de ventanas anunció que la capital cultural del 2016 contribuiría a acabar con el terrorismo, es el momento de que se tomen las decisiones oportunas para que la cultura se convierta en objetivo estratégico de la ciudad, al tiempo que en herramienta para ir saliendo del túnel que habitamos. Frente al argumento de la austeridad, y como respuesta al freno que para muchas políticas públicas está suponiendo la crisis económica, Córdoba debe retomar las energías y las ilusiones acumuladas en la última década, así como buena parte de los itinerarios trazados por la candidatura frustrada. Y debe hacerlo al margen de conmemoraciones, concursos o efemérides. Debería asumirlo como línea estratégica que mantuviera los consensos institucionales y ciudadanos. Todo ello sin olvidar, por supuesto, el necesario ejercicio de autocrítica y los consiguientes puntos y aparte que nos permitan avanzar sin lastre alguno.
Es la hora, pues, de que nuestros representantes demuestren que de verdad apuestan por la cultura y que, por una vez en nuestra ciudad, traicionen el cinismo que con tanta frecuencia les lleva a traicionarse. Ese que les permite diferenciar con absoluta alegría palabras y hechos, principios y acción, eslóganes e ideología. Todas las instituciones que generosamente se implicaron en el proyecto de capitalidad deberían mantener sus complicidades y apoyos, pero debería ser sobre todo el Ayuntamiento el que tomara las riendas de un proceso que, ahora sin fechas ni competiciones que nos agobien, necesitamos para situarnos en el mundo y para poner las bases del único desarrollo posible en nuestra ciudad. Ha llegado el momento de la verdad. La hora de los valientes, en la que sobran los golpes de pecho y en la que hacen falta voluntades políticas capaces de sobreponerse a cualquier dificultad. Unas voluntades que, en el caso de la Davis, hemos comprobado que bastan y sobran cuando existe verdadero interés por lograr un objetivo. Por lo tanto, solo nos resta comprobar que el interés de nuestros representantes por la cultura es, como mínimo, de la misma intensidad que por conseguir que Rafa Nadal situara a Córdoba en su agenda.
Una vez pasada la euforia de la Copa Davis, que de alguna manera ha servido de consuelo a una ciudad tan maltratada como la nuestra, ya va siendo hora de que nuestros representantes retomen el compromiso anunciado tras la frustración del sueño del 2016. No seré yo quien ponga en duda los beneficios económicos de la Davis, aunque tal vez no hayan sido tan exagerados como se anunciaban y hayan recaído en los "de siempre", ni negaré la fantástica campaña de promoción turística que ha supuesto para Córdoba, y no digamos para un PP que, en este caso con razón, ha vuelto a usar el agravio frente a una Junta de Andalucía que ha demostrado una vez más su torpeza sectaria. Todo ello sin olvidar los lamentables espectáculos de "nuevos ricos" que hemos contemplado en las últimas semanas, desde el viaje del alcalde a Nueva York a los cargos públicos ociosos en los tendidos, pasando por el sombrero de Manolete que volvió a demostrarnos que tenemos más raíces que futuro.
No obstante, e insistiendo en lo positivo que ha sido que un evento deportivo internacional nos sitúe en el mapa, soy de los que piensan que Córdoba, más que grandes eventos que acaban siendo como las burbujas de una botella de champán, necesita de unas políticas sostenibles que propicien un desarrollo socio-económico que nos permitan salir del agujero en el que estamos. Y eso pasa, necesariamente, no solo por fomentar el turismo, que también, sino sobre todo por impulsar la cultura como instrumento generador de riqueza material y espiritual, así como por no subordinar ésta a los designios de aquél.
Por ello, y acogiéndonos al reiterado discurso de nuestro alcalde desde aquella tarde en que un fabricante de ventanas anunció que la capital cultural del 2016 contribuiría a acabar con el terrorismo, es el momento de que se tomen las decisiones oportunas para que la cultura se convierta en objetivo estratégico de la ciudad, al tiempo que en herramienta para ir saliendo del túnel que habitamos. Frente al argumento de la austeridad, y como respuesta al freno que para muchas políticas públicas está suponiendo la crisis económica, Córdoba debe retomar las energías y las ilusiones acumuladas en la última década, así como buena parte de los itinerarios trazados por la candidatura frustrada. Y debe hacerlo al margen de conmemoraciones, concursos o efemérides. Debería asumirlo como línea estratégica que mantuviera los consensos institucionales y ciudadanos. Todo ello sin olvidar, por supuesto, el necesario ejercicio de autocrítica y los consiguientes puntos y aparte que nos permitan avanzar sin lastre alguno.
Es la hora, pues, de que nuestros representantes demuestren que de verdad apuestan por la cultura y que, por una vez en nuestra ciudad, traicionen el cinismo que con tanta frecuencia les lleva a traicionarse. Ese que les permite diferenciar con absoluta alegría palabras y hechos, principios y acción, eslóganes e ideología. Todas las instituciones que generosamente se implicaron en el proyecto de capitalidad deberían mantener sus complicidades y apoyos, pero debería ser sobre todo el Ayuntamiento el que tomara las riendas de un proceso que, ahora sin fechas ni competiciones que nos agobien, necesitamos para situarnos en el mundo y para poner las bases del único desarrollo posible en nuestra ciudad. Ha llegado el momento de la verdad. La hora de los valientes, en la que sobran los golpes de pecho y en la que hacen falta voluntades políticas capaces de sobreponerse a cualquier dificultad. Unas voluntades que, en el caso de la Davis, hemos comprobado que bastan y sobran cuando existe verdadero interés por lograr un objetivo. Por lo tanto, solo nos resta comprobar que el interés de nuestros representantes por la cultura es, como mínimo, de la misma intensidad que por conseguir que Rafa Nadal situara a Córdoba en su agenda.
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