A las dos de la madrugada Poveda apareció con una chaqueta blanca y un pantalón negro. Una luz en el escenario capaz de cegar, de convertirse en las fotografías en una especie de aparición más cerca de la magia que de la realidad.
Esa luz, que a ratos es fuego y a ratos es caricia, embrujó a los miles de soñadores que anoche llenábamos el Teatro de la Axerquía. Mirando un escenario en el que flotaba el sueño de la Capitalidad Europea de la Cultura. Un sueño para el que Miguel Poveda, con unas palabras que olían a verdad, hizo suyo al recordarnos el enorme potencial que la cultura tiene en Córdoba y que Europa, el mundo entero, debía conocer.
Fue casi el inicio de una madrugada en el que todos los asistentes deseamos amanecer con este hombre que, sobre el escenario, se transforma en una fuerza de la naturaleza capaz de provocar terremotos emocionales.
Anoche recorrió los más importantes palos del flamenco, recordó y homenajeó a los grandes (brillante y sentido su recuerdo de Enrique Morente) y demostró una vez más que tiene el pulso que diferencia a los simples intérpretes de los artistas: es capaz de hacer suyas las notas ajenas y de transmitirlas al público con el convencimiento que une su garganta con el corazón. Algo que sólo unos cuantos saben hacer.
Acompañado por un grupo espectacular - esa bailarina que parecía una gitana canastera, las dos chicas y el chico que no se limitaron a ser coro, la guitarra de Chicuelo -, Poveda fue haciendo un recorrido entregado por una música que tal vez sea la que mejor nos defina como pueblo contradictorio: sufriente y festivo.
La madrugada se hizo de plata cuando cambió su atuendo claro por una camisa negras con lentejuelas y una chaqueta gris plateada. Fue entonces cuando apareció en escena la Orquesta de Córdoba para terminar de provocar el delirio. La sección de trompas y violonchelos dieron sones casi cubanos a otro homenaje: el "No me des guerra" de Bambino. Otro grande del que Poveda parece haber heredado esa lado más canalla, más rumbero, mezcla de bolero y de copla.
Poveda no sólo cantó sino que bailó como si la música fuera la sangre que circulara por sus venas, en una curiosa armonía que le hace ser muy masculino aunque haya en sus giros un amaneramiento dulce, casi imperceptible, poderoso y desalmado. Supo salir con gracia hasta de un pequeño entuerto con el micrófono (un técnico se acercó por detrás de él a arreglarle la petaca, y cuando él se dió cuenta le contestó: "cuando tengo a alguien por detrás... me gusta darme cuenta"....)
La apoteosis llegó en los últimos quince minutos de las dos y horas media del concierto. Con la ayuda escenográfica de una percha en la que había colgados diversos objetos (sombreros distintos, gorras, un bastón, unas gafas) fue haciendo un popurrí de homenaje a los más grandes (Valderrama, La Niña de la Puebla, Miguel de Molina...)
Después de eso sólo quedaba que con una impresionante Orquesta de Córdoba, dirigida por el mago Amargós, arropara una imborrable "Leyenda del tiempo" que resucitó en La Axerquía a Camarón.
Pero aún quedaban dos regalos. Miguel se adentró, sudoroso, entregado, feliz, al terreno de la copla. Y bordó sus "Tres puñales" y un "Te lo juro yo" , acompañado al piano por Amargós, que nos dejó rendidos a sus pies. Conscientes de haber vivido una madrugada irrepetible y de haber sido testigos del comienzo de una leyenda.
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